jueves, 17 de julio de 2008

Llevaba pasamontañas y una pistola en la mano...

Es la primera vez que soy testigo de una secuencia así desde el balcón de mi casa, y no sé cómo habrá afectado esto al futuro ser.

Hace unos años, se había instalado en lo que ahora es un restaurante italo-pakistaní un bar de copas en el que se reunía lo "mejor" de Barcelona. Desde el balcón habíamos presenciado escenas de todo tipo, en especial los sábados por la noche, que es cuando libran de trabajar los clientes de este tipo de locales: desde una chica que se sacaba el zapato de tacón y arremetía con él a todo el que se le acercase, hasta otra que, borracha y desengañada por temas de desamor, empezaba a romper con su puño todas las lunas traseras de los coches que, a su paso, encontraba aparcados. Una de las situaciones más violentas y tensas la vivimos durante el primer embarazo, es decir hace justo cuatro años. Un muchacho muy irritado hablaba por móvil en idioma Rambo o Harry el Sucio. "Que te jodan a ti y a las putas que van contigo" vociferaba mientras empezaba a tumbar las motos que encontraba por la acera. Luego se quitaba la camiseta para mostrar a las transeúntes el resultado de su trabajo en el gimnasio. El tipo de clientes de aquel bar, ya desaparecido, invierte mucho, no sólo en sustancias estupafacientes sino también en pesas. Aquella vez, los vecinos salimos todos al balcón y empezamos a recriminarle al chico y a su compinche lo de las motos. Al final se montaron en un coche y salieron del barrio, no sin antes mentarnos a la madre de cada uno de nosotros.



En este tipo de situaciones lo único que me calma es un vaso de ron o de aguardiente del que hace mi suegro en Galicia. Curiosamente ayer el trago de ron me lo tomé por la mañana cuando me enteré de una mala noticia que ahora no viene a cuento relativa a mi futuro académico. En cambio por lo noche, después del episodio más violento que he presenciado en mi vida, no me tomé nada.


Marina se adentraba en la historia de Guillermo Tell contada por las trillizas de Roser Capdevila, mientras nosotros veíamos Hospital Central. Lo de un miércoles cualquiera de verano, vamos. Lo que no es habitual un miércoles cualquiera es escuchar gritar "Policía, policía". Pero menos todavía es oír un sonido parecido al de un petardo seco o al de un globo que explota, salir al balcón y, como en cámara lenta, porque estas cosas siempre se quedan grabadas así en la retina, ver a un individuo con pasamontañas y una pistola en la mano salir del bar que hay junto al que ahora es un italo-pakistaní, seguir su recorrido por la calle desierta y verlo escaparse por la calle Sant Joaquim.

Segundos después salían del bar los dueños, que se abrazaban con un pekinés en el regazo, aliviados por el desenlace no fatal de la escena. Han salido vecinos y los dueños del restaurante de enfrente. Después, hasta el balcón han llegado algunas declaraciones sueltas a la policía: que una clienta le había roto una silla en la espalda al atracador, que otro se había avalanzado sobre él, que el individuo había soltado un disparo en el interior del local antes de "tocar el dos", que el pasamontañas era blanco, que "porque eramos sólo cuatro que, si no, lo pillamos y...".

Como hay que encontrarle un aspecto positivo, se me ocurre que esto puede convertirse en un nuevo atractivo turístico para el barrio o la ciudad. Lo estoy viendo: "Paséese por el Bronxcelona (o el Gracia-Bronx o el Bronxaimple) y presencie un atraco en directo. Tiros y peleas, al más puro estilo Rambo. No se lo pierda. Casi todas las noches de verano en las calles de Bronxacia. El ayuntamiento facilitará chalecos antibalas".


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