lunes, 4 de agosto de 2008

En mi época le daríamos una buena zurra...

Siete de la tarde, calor. Marina pide un helado, de nata... no, de nata y chocolate... no que ya has comido chocolate hoy... de nata y eso verde... no, que es menta y no te gustará, ¿de pistacho?, ¿sí?, vale de pistacho... no no, de pistacho no... ¿le importa quitar el pistacho y poner fresa?...

Salimos de la heladería de la Plaza Revolución y nos sentamos en una mesa de la terraza. A un metro como mucho unos viejos observan desde un banco el movimiento de la plaza y a mi hija con el helado mientras comentan la jugada.


El detector de cuerpos y elementos extraños que es Marina constata que hay restos de helado de pistacho y se dispara la sirena en forma de grito y disgusto sin par. Una de las viejas del banco aprovecha la ocasión y suelta a sus pasivas compañeras de banco: "En mi época le hubieran dado una buena zurra con la alpargata", pero bien alto para que se oiga a 20 metros a la redonda.

Caigo en la trampa y me enzarzo con la vieja impertinente en una discusión sobre la conveniencia o no de zurrar a los niños. "Mi hija hace lo mismo, tiene demasiada paciencia con los niños. Son demasiado caprichosos", dice. ¿Y usted no tiene caprichos? ¿Son los niños los únicos ciudadanos sin derecho a caprichos? Y pienso: si a mi me apetece una cervecita fresquita e insisto un poco o mucho en sentarme a tomarla, hay que darme un guantazo, porque si no me mal acostumbraré y me pasaré el resto de mi existencia sentado en una terraza tomando cervezas? Le pregunto si es partidaria también de una buena zurra a la mujer de uno, en caso de que se lo merezca, eso sí, o bien sí sólo hay que darle a los pequeños. Empieza la retahila de reproches. "A palabras necias oidos sordos", espeta mirando hacia otro lado. Una cosa lleva a la otra y todo termina en un tenso silencio después de disputar quién de los dos ha tenido más suerte en la vida: ella por no conocerme o yo por no haber tenido tratos con ella nunca.

Después se me ha ocurrido que podría haber urdido una explicación para taparle la boca a la vieja, como por ejemplo, que la niña estaba nerviosa porque su madre acababa de morir, o porque su hermano tenía cáncer o porque ella está enferma de lo que sea. Hubiese sido una buena salida para cortar de raíz su discurso de malos tratos. Pero estas cosas siempre se le ocurren a uno en el momento inoportuno, a toro pasado.

También podría haberle contado la verdad: que a su madre le acaban de practicar la amniocentesis y que estamos todos tensos y nerviosos en casa por ese motivo, que la niña tiene que gestionar todo esta explosión de emociones y convivencias de la mejor forma que puede y que a veces explota cuando menos se lo esperan ella o los demás. Si hay que comprender a una persona que ha tenido una mal día en el trabajo, ¿por qué ha de ser menos un niño que lleva una semana aguantando una situación extraña y difícil, que no puede irse a dar una vuelta ni llamar a nadie para desahogarse porque todavía no ha cumplido cuatro años?

Pero claro, dar tantas explicaciones podría ser utilizado en mi contra por aquello de excusatio non petita, acusatio manifiesta.

Tras los nervios del fin de semana ayer nos fuimos de urgencias y nos han confirmado que todo va bien por ahí dentro, pero que la gestante debe guardar reposo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

si es que le gente se mete en todo! da igual que sea un pueblo perdido que la misma barcelona... en cualquier sitio se da lugar este tipo de enseñanzas morales, a las que le hay que contestar como muy bien hiciste, para que la proxima vez se piense dos veces el abrir la boquita!
muchos besos a cris que debe estar... nos vemos muy pronto familia!! besos

Anónimo dijo...

ah, soy samanta!

David Miyar dijo...

Gracias por tu apoyo Sami.

Esto demuestra que no todos los viejos merecen el mismo respeto y que hay viejos entrañables y otros despreciables, como el resto de los mortales.

Anónimo dijo...

Hola cuñaao!! 1 abrazo solidario anti brujas disfrazadas de encantadoras abuelitas